Friday, November 10, 2006

La revolución peronista

Luciana y yo visitamos la Biblioteca Nacional aquel viernes. Era bueno saber que estaba abierta, porque así podíamos pasar las horas descubriendo mundos en los libros. Lucianita sacó dos alfajores de chocolate que traía en su bolso y me regaló uno. Ya era hora del almuerzo y parecía que no llegábamos para comer con los viejos. Entonces era momento de un alfajor de chocolate. Y con el hambre que traía. Subimos las escaleras de la plaza, esa plaza tan linda, y Luciana tan feliz, y yo tan feliz porque iba con Luciana y me dice, Mirá la fuente, Ernesto, te gusta, Sí Lu, me encanta. Pero ella no la miraba. Cerraba los ojos y la escuchaba, se acercaba para olerla un poco y mojarse con la brisa que despedía, sacaba la lengua para que algunas de esas gotitas entraran en su boca y saborearlas, y sacarse el chocolate de los dientes. Después de un rato nos acercamos a una estatua que hay ahí, Mirá Ernesto, parece que tiene un derrame en el ojo, Sí, pero es mierda de pájaro, le respondí. No, es un derrame en el ojo, por tanto que lee, no ves que vive en la biblioteca, el problema es que no podemos verlo leer porque es una estatua, por eso lee cuando la plaza está cerrada, de noche, sin luz. Puede ser. Sí, seguro puede ser, porque todo lo que dice Lucianita puede ser, siempre. Y seguimos caminando por la vereda que nos llevaba a la explanada de la Biblioteca Nacional.

Antes de subir las escaleras, nos encontramos con otra estatua, de Alfonso Reyes, decía la placa. Y le dije a Luciana. Y quién es Alfonso Reyes, me preguntó, y le leí la placa que decía Escritor y humanista, mexicano universal, primer embajador de México en la República Argentina vivió en Buenos Aires de 1927 a 1930 y de 1936 a 1937, el pueblo y el gobierno del estado de Nuevo León México, ofrecen esta estatua a la ciudad de Buenos Aires con el afán de hacer aún más perdurables los lazos de amistad entre los pueblos mexicano y argentino. Con el afane, me preguntó, No, Lu, con el afán, con el deseo, quiere decir. Ah, yo pensé que con el afane, por eso no entendía. Entonces Luciana me dijo, este también tiene un derrame en el ojo, Y en la cabeza, le respondí, O el de la cabeza es un lunar, como el que tiene el presidente de Rusia, te acordás que lo hemos visto en la tevé, agregué y Luciana respondió, No es un lunar, es mierda de pájaro, Mierda, Sí, mierda, tiene mierda en la cabeza, qué no ves que lee mucho; entonces me puse un poco confundido y triste y le dije a Luciana, por qué mejor no vamos a casa, que ya es hora del almuerzo, Sí, vamos cosito, que muero de hambre.

Thursday, September 21, 2006

fragmento II

Desperté

con la dulzura de tu piel en las manos

sombra de blanca luz que toqué a oscuras

y los batientes cueros de tambores alados

aún vibrando en mis dedos.

Cálido viento suave como aliento

horno de luz de almendra de sombra de humo de tierra;

frescor amaneciente, fragor amenazante

hoja de lluvia que se detiene entre sus verdes venas.

Soñabas que las hijas de la noche

revoloteaban agoreras sobre tu vientre,

que sábanas de espuma navegaban

sobre el mar de tu pecho;

que el rumor de las huestes galopando

en el centro perdido de la noche

recorría tus piernas.

Entonces fui el universo de portales abiertos,

un arado que en círculos concentra

en tu ombligo el secreto.

La palabra, abierta y puntiaguda,

articulada por la lengua de fuego

extinta, es sólo tinta,

derramada en el suelo.

Monday, September 18, 2006

Fronteriza

En el umbral del paraíso
siempre se extrañan
las caras de la luna.

El ojo de los ángeles altivos
reduciéndose a nada en el silencio.

Los pasos que se dan
en el umbral del paraíso
son dudosos, escépticos,
caninos
de esos de perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo.

Siempre aparecen las caras de la luna
al pie del paraíso.
Casi igual que silencios apretados
como un cruel alarido;
casi como la sombra de un diamante
technicolor;
y el frío
de la altitud sobre el nivel del mar
uterino
cala hasta la médula del hueso anfiteatral morguiástico
del infierno perdido
perdido
por al fin
encontrarte.

Sunday, March 26, 2006

Cuando se pone el sol




















El Obelisco (Foto: Leo Palacios)


Acabo de darme cuenta que es hora de acostarme. El sol calientito (o "sol solecito", como dicen algunos enterados), se ha ido a acostar hace rato, y yo aquí, muriéndome con este frío de sol a ción, y de san grándome.
El sol me hace una seña con la mano, para que lo acompañe. Parece que tiene ganas de una, cómo llamarla, aventura nocturna, de esas que tanto se nos antojan cuando estamos juntos. Y no puedo dejar solo al sol. El sol solía salir solo, pero ahora mejor se queda en casa, y por mi negligencia, termina saliendo tardísimo y casi siempre jalado de los cabellos porque se nos hace tarde. Pero esta noche, ya se fue a acostar. Y me llamó desde la recámara. Tanta insistencia, qué extraño. Normalmente a esta hora ya está en el quinto sueño. Por eso digo a los enterados que se vayan enterando de una vez: esta noche, al menos, es "Sol Calientito", y yo ya me voy a acostar, porque nos espera una larga, larga, noche de pasiones desmedidas.
Sólo cuando despierto, y mi Sol Solecito me llama, con la modorra en la voz y el café apenas preparándose del otro lado del teléfono, para ver cómo sigo, me doy cuenta que estas fantasías no dejan dividendos.

Saturday, August 27, 2005

kilómetro nueve

(Carlos Drummond de Andrade tomando baños de luna; Foto: Lisandro Kahan
Daqui estou vendo o amor
irritado, desapontado,
mas também vejo outras coisas:
vejo corpos, vejo almas
vejo beijos que se beijam
ouço mãos que se conversam
e que viajam sem mapa.
Vejo muitas outras coisas
que não posso compreender...
--Carlos Drummond de Andrade

Nueve de agosto. Nueve de la noche. Martha y Nachito como siempre grandes anfitriones. “¿pero van a volver, no?”, habían preguntado a eso de las cinco, cuando nos preparábamos para tomar la carretera a Icamole. Pos claro que íbamos a volver. Esto no era un bodorrio como los de rancho, ni de los del club industrial. ¿Qué no veían que mi camisa verde de lujo, mis pantalones de rayas, esos que me eligió la Dama Ibera porque yo tengo tan mal gusto que hubiera comprado unos jeans celestes, y mis sandalias negras?
Que colores tiene la vida. Iba vestido de arbolito al desierto, a la boda de “Colorete”. Ya había comido como si mañana comenzara ayuno. “Es tu despedida, güey, no te vayas...” había escuchado varias veces que me decían. Y los mariachis llegan a las nueve. Y el calor, insobornable. Laura me acompañaba, como siempre, a todos lados, con los ojos abiertos como ventanas por donde entraba la única frescura que podía respirar y sin asomo de culpa porque había comido poco.
Y qué decir de su regalo de bodas. Me regalaste un cenicero, de los de tu taller, cuando todavía lo tenías en casa de tus padre, lleno de pintura y de alquitranes viejos. Lo voy a poner en el centro de la mesa de centro de la sala de casa. Será el ombligo de mi nuevo hogar. Colorete, que no se entere lentejuela, porque se pone celoso. Y sí, tenemos que preparar un sencillo doble esta vez, porque ni las hamburguesitas de McDonalds, ni el espresso de mi casa, ni las apuestas en el backgammon, las hacemos sencillas.
Pero yo también iba a regalarte algo. Algo que no podrías untarte en la piel ni fumarte ni beberte ni tragarte. Tú siempre con tus colorcitos y tus pinturitas, carajo. Hágase hombre, escriba poesía. Y me llené los ojos de lágrimas semanas antes de tu gran tarde (porque había sido en la tarde, aunque nos pescara la noche en el regreso), pensando en cómo mierda le iba a hacer para encontrar las palabritas y los pinches verbitos que te quedaran. Pos aunque sea nos echamos unos mates con tu cuñado—porque ahora sí es tu cuñado, Colorete—, y la cosa no quedó en me llamas o te hablo, como casi siempre pasaba.
Y ya habían empezado a tocar el Juan Colorado, y Martha con la botella de brandy en la cabeza repitiendo que en su casa el son de la negra está prohibido. Ahí el mariachi entra y sale con el Juan Colorado. Como Colorete, pensé yo, el recién casado. Qué carajo. Y entonces iba a tener que ponerme a tocar con los muchachos porque ya se iba el mariachi y la borrachera no tenía pa cuando acabarse. Y ya no iba a tener mucho tiempo para acabar de asimilar el traguito ese que nos echamos por la tarde, allá en el kilómetro nueve.
Qué fantásticas escenas: la tormenta eléctrica, la lluvia, el cielo despejado a lo lejos, la puerta, las montañas, el dueño del terreno. Recuerdo que cuando encontramos la caravana que decidimos seguir, Laura me dijo “va a llover”, y yo pensé: “pos qué bueno que también invitaron a la virgen de la cueva”. Pero no lo dije. Para qué. Lo peor es que ni se iba a reir. Así que sólo dije que qué bueno, para que refrescara un poquito. E imaginé la escena. Y me gustó, y me la quedé.
No fue sino hasta que vi cómo te brillaban los ojos que entendí por qué ahí, por qué en ese momento, por qué tan poquitos los elegidos. Aunque todavía no sé explicar lo que entendí. Todo tuvo sentido en el preciso instante que te bajaste del coche de Mauricio. Eras realmente el hombre más feliz de la tierra. Y te envidié. Y me llené de gusto. Y entendí todas tus prisas y tus locuras, que ahora fueron legalizadas por el registro civil. Y Dhalia se veía hermosa, etérea, y tú casi persiguiéndola con la mirada y con la sonrisa. Ángel dijo algo, no recuerdo bien qué fue. Pero todo estaba de más, por eso fue tan corto su discurso. Y todos lo sabíamos, por eso callamos. Hasta Chuy, al que se le juntaron las novias—la penúltima y la última, a la que le cayó el ramo, que Dhalia lanzó con tal histrionismo que hasta yo me la creí—lo sabía. Todo estaba de más, la lluvia, el viento, la tormenta eléctrica, el dueño del terreno que se bajó de su troca a felicitarlos, los paraguas, el vino, el toldo azul, el atardecer inolvidable. Hasta la ceremonia, que no pudo durar mucho porque al pobre de Mauricio se lo estaba llevando el ventarrón. Sólo bastaba verlos a los ojos para entender que todo estaba de más.
Y el mejor brindis, es este que hago solo, esta noche, cuando cierro los ojos, y aún los miro mirándose.

Friday, August 19, 2005

la novela de adulterio del siglo XXI


Hoy, agosto de 2005, delcaro: el adulterio tratado en forma seria deja de ser materia novelable.
¿Qué interés puede tener para un lector texto (como éste) sobre adulterio en el siglo XXI? ¿Un conflicto moral, en que el individuo se debate entre hacer lo correcto o faltar a sus creencias y las de toda la vecindad en que vivimos, evitando así ser la comidilla del pueblo hasta que a algún borracho se le ocurra atropellar a una niña inocente y se olviden de los adúlteros (o mejor dicho, de la adúltera, porque el hombre es "un cabrón", y de ahí no pasa)? ¿Pero cuál moral, si en la que se enseña ahora los únicos adúlteros son los que venden alcohol metílico llamándolo mezcal? Y los pocos que practican esa antigua moral venida a menos son los nostálgicos, y por aquello de que tiempos pasados siempre fueron mejores. Llegados a este punto, observo dos posibles soluciones: o volvemos a la moral y las buenas costumbres de antaño, donde no sólo el adulterio, sino el vestido corto y la cabeza descubierta eran estigmatizados socialmente, para que las novelas puedan ser relativamente cortas, y se pueda criticar a gusto en pocas líneas a la sociedad, o volveremos a los ladrillos de 1500 páginas en las que se presenta un mundo completo, se describe todo un código social (y moral, trascendental, ambiental y todo lo que termina en al, inlcuso bozal, animal, frontal, lateral, parietal y occipital) y se rompe ese código, para que venga un conflicto moral, culpa y un trágico final que haga llorar "a mujeres y sietemesinos", como dijo, o más bien escribió, nuestro cabezoncísimo y admiradísimo colega Clarín hace más de un siglo.
Y bueno, siempre queda la tercera vía: vámonos a tomar unas cervezas, que hace un calor de cocinar pollos, y eso sí sería un crimen, sobre todo si los engordaron con esteroides. Me quedo con esa reflexión avícola que a pollo a huevo, o que a huevo a pollo, dependiendo del desenlace del conflicto del huevo y la gallina, que probablemente mi tío Oscar ya resolvió y yo sin enterarme.

Friday, July 29, 2005

Ultrapoético

Viernes Carioca, descubrimiento de Antônia Pellegrino, inveja de gatinho, orquestación de la filarmónica de la UFRJ y del sistema de transporte colectivo que sigue trabajando hasta los sábados por la noche cuando nosotros perdemos el tiempo en cosas fútiles.
Viernes Carioca, la gatinha con enxaqueca, redescubrimiento de la mina de Pellegrini, la ladrona de libros, la invejável, la única para quien el whisky no es el néctar de la igualdad de los sexos, sino el sexo que iguala todos los néctares. Este año comenzó con tu aroma en mi madeleine y en mi taza de té, y terminó con el bip bip y cerveijas de a dólar, mi enxaquecado delirio amoroso- la que me dicta las órdenes, dijiste- y el posador oficial de todas las fotos que no se imprimen. Lo que bien acaba mejor comienza, y solamente por esa manía que tenemos de jugar con las palabras, perras negras (¿te acuerdas, pretinha, de las perras negras y el Gran Hasunto, de los diálogos paralelos tres veces al día mientras que la Doctora con De Mayúscula me mentía sobre lo aburrida que era la literatura griega hace ya solamente seis pudorosos años?), y no porque lo que comienza bien tiene que empezar bien, ni porque exista alguna lógica en esas letras reconstruídas desde las ruinas circundantes que cercan la biblioteca de papel, sino porque casi llego a tu cielo, y una carencia absurda de héroes americanos (Washington, Franklin, y todas las denominaciones posibles) me lo impidió. Sólo por eso no intento redimirme, porque no hay redención sin olvido ni resurrección sin muerte, y tampoco se trata de matar inocentes.
El caso, y lo sabes, es que no puedo decir con palabras mojadas por esta lluvia que no cae que ya es hora de encontrarnos nuevamente y que no sé si el correo llegue a lugares tan recónditos como para enviarte una postal-dedicatoria-libro-biblioteca, de esas que contienen todos los versos más tristes de todas esas noches tan secretamente nuestras.

Que si me acuerdo


Quien osase preguntar si su majestad esta desnuda o no, se gana el premio, pero pierde la cabeza.
Por cierto y por si las dudas moscosas, el motivo de la foto: ese es mi pie (agradezco a la Canon U.S.A. inc., a miss Cantero por la imagen de la bella suela, al Lic Muñiz por proveer el guardarropa y a Mr. Kahan por la pose).
Que si me acuerdo de usted, que si me acuerdo de las tierras lejanas donde se refina lo que hoy conocemos como barriles de crudo, que si me acuerdo de los altares y las veladoras, que si me acuerdo de las zonas de no fumar, que si me fumo los altares y si las chachanovelas ediposas y adiposas se curan con clearasil o con el tiempo, hasta que el clearasil ya no se necesite.
Que si en las tardes me quedaba en la oficina por gusto o por evitar el terrible embotellamiento (embottlement?) que me desquiciaba inlcuso cuando el debate mental radicaba en la disyuntia entre mirar desde la ventana (aludiendo y parafraseando el nombre de una novela recientemente publicada y ya hoy elogiada desde mis degastados entrededos) o salir al anfiteatro natural a leer el Prometeo Encuadernado; que si hoy tengo cabeza para tantas cosas; que si hoy la memoria me sigue funcionando, que si la tercera es o no la vencida, que si es posible escribir sin acentos y sin faltas ortogra/gra/grá/gracias por provocarme el recuerdo.

Monday, July 18, 2005

Alô alô Realengo


Después de despertar tarde, de dormir temprano, de no llegar a ningún lugar a tiempo, de fumar habano disfrazado de Hemingway en latitudes simétricas y regularizadas por una globalización que llega aunque no se quiera, descubro nombres alternativos para lugares particulares. Mientras en tierras norestenses de ese noreste del que nunca podré desvincularme, Monsieur A. Cuesta recibe galardones merecidos si no por su perseverancia (aunque sí, también por eso), tal vez por su calidad literaria, que cuestiono honorablemente y sonriéndole desde este lejano disfraz de cosmopolita alla Silviano Santiago, que me hace sentir más en contacto con las raíces lusófonas que con las que estoy acompañando mis platos fuertes y recordar el brindis con cachaça que le proferí cuando me enteré que el tequila aquí es tan caro, aunque eso y más merecerá el entrañable Seu Cuesta. Aunque ahora no esté en condiciones de continuar el elogio porque me espera el relogio con seu tique-taque chingaquedito y Jaime Roos con su voz-a-no-va y su te acuerdas de Colonia del Sacramento en motocicleta y esa vista del city desde el faro, a 40 grados aquel marzo antes del golpe, de ese golpe que le dieron a dlRua en la cabeza, el también conocido 12-20. ¡Salud, mi Rafa!

Saturday, July 02, 2005

segunda feria


Llegados a este punto, ya no me hago pa atras, dice don LL, asi que dejemos que la llegada de los visitantes estreche el espacio y esta mansioncita se cubra de whisky y poco hielo, como lo manda el canon palatal del que aqui suscribe. Copacabana ta suja, pouco chata, hoje. Fico em casa e trabalho nas babadas pessoales que segundo eu teria que fazer. Mas na noite, ao fogo. Assim olhava a cidade a quinta na noite, antes de dormir.
Se Aime visse isto ficaria maluca. Eu, sem camisa, contra a moral e as boas costumes, fumando camel, bebendo o mesmo de sempre... o que vai fazer, pretinha?
Devo-lhe uma viagem aos bons ventos.
El lunes comienzo en la puc, y termino en la cama, mirando al techo. Pereza mental, mucha.
A minha Laura, gatinha acoelhada, ja chega.

para bien acabar

El gran hasunto

Empecemos por el principio.
Bemvindos welcome.
Necesito una visa para entrar aqui?
Espero que no.
Y nada de quedarse en hoteles. Eso es de nacos.