fragmento II
Desperté
con la dulzura de tu piel en las manos
sombra de blanca luz que toqué a oscuras
y los batientes cueros de tambores alados
aún vibrando en mis dedos.
Cálido viento suave como aliento
horno de luz de almendra de sombra de humo de tierra;
frescor amaneciente, fragor amenazante
hoja de lluvia que se detiene entre sus verdes venas.
Soñabas que las hijas de la noche
revoloteaban agoreras sobre tu vientre,
que sábanas de espuma navegaban
sobre el mar de tu pecho;
que el rumor de las huestes galopando
en el centro perdido de la noche
recorría tus piernas.
Entonces fui el universo de portales abiertos,
un arado que en círculos concentra
en tu ombligo el secreto.
La palabra, abierta y puntiaguda,
articulada por la lengua de fuego
extinta, es sólo tinta,
derramada en el suelo.