Saturday, August 27, 2005

kilómetro nueve

(Carlos Drummond de Andrade tomando baños de luna; Foto: Lisandro Kahan
Daqui estou vendo o amor
irritado, desapontado,
mas também vejo outras coisas:
vejo corpos, vejo almas
vejo beijos que se beijam
ouço mãos que se conversam
e que viajam sem mapa.
Vejo muitas outras coisas
que não posso compreender...
--Carlos Drummond de Andrade

Nueve de agosto. Nueve de la noche. Martha y Nachito como siempre grandes anfitriones. “¿pero van a volver, no?”, habían preguntado a eso de las cinco, cuando nos preparábamos para tomar la carretera a Icamole. Pos claro que íbamos a volver. Esto no era un bodorrio como los de rancho, ni de los del club industrial. ¿Qué no veían que mi camisa verde de lujo, mis pantalones de rayas, esos que me eligió la Dama Ibera porque yo tengo tan mal gusto que hubiera comprado unos jeans celestes, y mis sandalias negras?
Que colores tiene la vida. Iba vestido de arbolito al desierto, a la boda de “Colorete”. Ya había comido como si mañana comenzara ayuno. “Es tu despedida, güey, no te vayas...” había escuchado varias veces que me decían. Y los mariachis llegan a las nueve. Y el calor, insobornable. Laura me acompañaba, como siempre, a todos lados, con los ojos abiertos como ventanas por donde entraba la única frescura que podía respirar y sin asomo de culpa porque había comido poco.
Y qué decir de su regalo de bodas. Me regalaste un cenicero, de los de tu taller, cuando todavía lo tenías en casa de tus padre, lleno de pintura y de alquitranes viejos. Lo voy a poner en el centro de la mesa de centro de la sala de casa. Será el ombligo de mi nuevo hogar. Colorete, que no se entere lentejuela, porque se pone celoso. Y sí, tenemos que preparar un sencillo doble esta vez, porque ni las hamburguesitas de McDonalds, ni el espresso de mi casa, ni las apuestas en el backgammon, las hacemos sencillas.
Pero yo también iba a regalarte algo. Algo que no podrías untarte en la piel ni fumarte ni beberte ni tragarte. Tú siempre con tus colorcitos y tus pinturitas, carajo. Hágase hombre, escriba poesía. Y me llené los ojos de lágrimas semanas antes de tu gran tarde (porque había sido en la tarde, aunque nos pescara la noche en el regreso), pensando en cómo mierda le iba a hacer para encontrar las palabritas y los pinches verbitos que te quedaran. Pos aunque sea nos echamos unos mates con tu cuñado—porque ahora sí es tu cuñado, Colorete—, y la cosa no quedó en me llamas o te hablo, como casi siempre pasaba.
Y ya habían empezado a tocar el Juan Colorado, y Martha con la botella de brandy en la cabeza repitiendo que en su casa el son de la negra está prohibido. Ahí el mariachi entra y sale con el Juan Colorado. Como Colorete, pensé yo, el recién casado. Qué carajo. Y entonces iba a tener que ponerme a tocar con los muchachos porque ya se iba el mariachi y la borrachera no tenía pa cuando acabarse. Y ya no iba a tener mucho tiempo para acabar de asimilar el traguito ese que nos echamos por la tarde, allá en el kilómetro nueve.
Qué fantásticas escenas: la tormenta eléctrica, la lluvia, el cielo despejado a lo lejos, la puerta, las montañas, el dueño del terreno. Recuerdo que cuando encontramos la caravana que decidimos seguir, Laura me dijo “va a llover”, y yo pensé: “pos qué bueno que también invitaron a la virgen de la cueva”. Pero no lo dije. Para qué. Lo peor es que ni se iba a reir. Así que sólo dije que qué bueno, para que refrescara un poquito. E imaginé la escena. Y me gustó, y me la quedé.
No fue sino hasta que vi cómo te brillaban los ojos que entendí por qué ahí, por qué en ese momento, por qué tan poquitos los elegidos. Aunque todavía no sé explicar lo que entendí. Todo tuvo sentido en el preciso instante que te bajaste del coche de Mauricio. Eras realmente el hombre más feliz de la tierra. Y te envidié. Y me llené de gusto. Y entendí todas tus prisas y tus locuras, que ahora fueron legalizadas por el registro civil. Y Dhalia se veía hermosa, etérea, y tú casi persiguiéndola con la mirada y con la sonrisa. Ángel dijo algo, no recuerdo bien qué fue. Pero todo estaba de más, por eso fue tan corto su discurso. Y todos lo sabíamos, por eso callamos. Hasta Chuy, al que se le juntaron las novias—la penúltima y la última, a la que le cayó el ramo, que Dhalia lanzó con tal histrionismo que hasta yo me la creí—lo sabía. Todo estaba de más, la lluvia, el viento, la tormenta eléctrica, el dueño del terreno que se bajó de su troca a felicitarlos, los paraguas, el vino, el toldo azul, el atardecer inolvidable. Hasta la ceremonia, que no pudo durar mucho porque al pobre de Mauricio se lo estaba llevando el ventarrón. Sólo bastaba verlos a los ojos para entender que todo estaba de más.
Y el mejor brindis, es este que hago solo, esta noche, cuando cierro los ojos, y aún los miro mirándose.

Friday, August 19, 2005

la novela de adulterio del siglo XXI


Hoy, agosto de 2005, delcaro: el adulterio tratado en forma seria deja de ser materia novelable.
¿Qué interés puede tener para un lector texto (como éste) sobre adulterio en el siglo XXI? ¿Un conflicto moral, en que el individuo se debate entre hacer lo correcto o faltar a sus creencias y las de toda la vecindad en que vivimos, evitando así ser la comidilla del pueblo hasta que a algún borracho se le ocurra atropellar a una niña inocente y se olviden de los adúlteros (o mejor dicho, de la adúltera, porque el hombre es "un cabrón", y de ahí no pasa)? ¿Pero cuál moral, si en la que se enseña ahora los únicos adúlteros son los que venden alcohol metílico llamándolo mezcal? Y los pocos que practican esa antigua moral venida a menos son los nostálgicos, y por aquello de que tiempos pasados siempre fueron mejores. Llegados a este punto, observo dos posibles soluciones: o volvemos a la moral y las buenas costumbres de antaño, donde no sólo el adulterio, sino el vestido corto y la cabeza descubierta eran estigmatizados socialmente, para que las novelas puedan ser relativamente cortas, y se pueda criticar a gusto en pocas líneas a la sociedad, o volveremos a los ladrillos de 1500 páginas en las que se presenta un mundo completo, se describe todo un código social (y moral, trascendental, ambiental y todo lo que termina en al, inlcuso bozal, animal, frontal, lateral, parietal y occipital) y se rompe ese código, para que venga un conflicto moral, culpa y un trágico final que haga llorar "a mujeres y sietemesinos", como dijo, o más bien escribió, nuestro cabezoncísimo y admiradísimo colega Clarín hace más de un siglo.
Y bueno, siempre queda la tercera vía: vámonos a tomar unas cervezas, que hace un calor de cocinar pollos, y eso sí sería un crimen, sobre todo si los engordaron con esteroides. Me quedo con esa reflexión avícola que a pollo a huevo, o que a huevo a pollo, dependiendo del desenlace del conflicto del huevo y la gallina, que probablemente mi tío Oscar ya resolvió y yo sin enterarme.